El ajo es uno de los tubérculos más utilizados en la dieta mediterránea. Pertenece a la familia de la cebolla (Allium) y su bulbo se compone de unos 10-20 dientes de ajo. De color blanco amarillento y sabor intenso, es el complemento perfecto para muchos platos. Aunque a lo largo de la historia ha tenido muchos «haters», las propiedades del ajo son infinitas e incuestionables. Vamos a conocerlas.
Todas las propiedades del ajo
Según la Indicación Geográfica Protegida del Ajo Morado de Las Pedroñeras, todas las propiedades con las que cuenta el ajo están basadas en un compuesto de azufre llamado alicina. Se libera cuando el ajo es machacado, cortado o mordido y es la responsable de todos los beneficios.
Podríamos empezar diciendo que el ajo mejora la digestión, pero no es lo único: absorbe nutrientes y beneficia al hígado y al páncreas ya que depura toxinas. Además de depurativo, el ajo es antiséptico y antibacteriano y antiinflamatorio.
Es un alimento perfecto para incluir en las dietas y aderezar comidas, ya que tiene pocas calorías. También es rico en vitamina A, C, B6 y manganeso. Su intenso sabor puede ser un sustitutivo de la sal como aderezo en carnes y pescado. La reducción, por tanto, del consumo de sal hace que evitemos problemas cardiovasculares.
La Fundación Española del Corazón (FEC) afirma que consumir un diente de ajo al día disminuye el colesterol malo (LDL) y mejora la circulación de la sangre hasta en un 9%. Es muy útil para personas con hipertensión.
Puede funcionar como antibiótico natural. Actúa contra la congestión en catarros, resfriados o gripes. También funciona como antioxidante, y aunque algunas personas afirman que atrasa el envejecimiento e incluso la muerte, sabemos que son hechos impredecibles y que dependen de muchos más factores. Lo que sí está demostrado por la ciencia es que las propiedades antioxidantes del ajo previenen la demencia senil e incluso el alzheimer debido a la protección contra el daño celular.
Una relación de amor-odio
Después de conocer todas estas propiedades, no nos sorprende que el ajo se haya utilizado desde tiempos remotos.
El ajo es cultivado por el hombre desde hace miles de años, por ello es difícil identificar su origen. La mayoría de fuentes piensan que proviene de Asia, concretamente del Suroeste de Siberia. Como afirman en Región de Murcia digital, “los primeros vestigios que se conservan de la utilización del ajo para el consumo o como medicina natural se remontan al tercer milenio a.C., en la India y el Antiguo Egipto”.
También el ajo era un elemento importante en la Antigua Grecia. Lo utilizaban para evitar el tifus y el cólera. Sin embargo, en muchos templos se prohibía la entrada a aquellas personas que hubieran comido ajo, debido al mal aliento que dejaba. En la Edad Media, no solo se utilizó para prevenir la peste y otras epidemias, también como fármaco para úlceras y otitis.
En el Renacimiento, se empieza a considerar el ajo como un alimento de clases bajas, como el alimento de los pobres, pues los nobles no podían permitirse ese característico olor en su boca. Por ejemplo, en España, según el Blog de Jose Bernad, Isabel la Católica prohibió este alimento en la corte.
Mitos y leyendas
Tampoco es de extrañar que debido a las innumerables propiedades del ajo, hayan surgido mitos en torno a él. El más conocido es el remedio para ahuyentar a los vampiros, que consiste en colgarse una ristra de ajos a modo de collar. Todo esto tiene una explicación racional. Según el Diario 20 Minutos, cuando Bram Stoker creó al personaje de ficción Drácula, se inspiró en las personas que tenían la enfermedad “porfiria eitropoyética”. A las personas que la padecen, la ingesta de ajo o incluso su olor les provoca bastantes problemas.
En Egipto se pensaba que el ajo tenía propiedades mágicas. Por ello, los faraones daban ajo a sus esclavos para mantenerles fuertes. También introducían ajos en las tumbas “para mantener alejados a los espíritus malignos” según el Blog de Jose Bernad.
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